Chile es un país clasista, arribista y donde las clases sociales están muy marcadas. Hay baños vip -como si alguien pudiese ser vip en el baño- terrazas vip, habitaciones vip, etc. Todo queda supeditado a la cantidad de plata que tengas en el bolsillo.
También se ha vuelto un país muy apático, indiferente a los problemas del otro. Por más que el imaginario colectivo establezca que esta es una sociedad solidaria, lo cierto es que no basta con limpiar la conciencia una vez al año haciendo una donación a la Teletón, el tema es mucho más profundo.
De vez en cuando, nos encontramos con estas historias, que ponen en evidencia esa falta de entendimiento y sobretodo, respeto y cariño por el prójimo. No queremos cargar de más adjetivos el caso, el lector hará su juicio.
Gilberto Olea Devia tiene 85 años y prácticamente toda su vida ha sido socio de Wanderers. En esa condición, asiste fin de semana a fin de semana al Elías Figueroa Brander de Valparaíso, para apoyar al decano. “De los 16 años que es socio, un año tuvo una laguna, se enojó con el Wanderers, como que lo castigó, pero después volvió”, cuenta su hija, Paula, en conversación con Primera B Chile.
A su avanzada edad, el papá de Paula sufre problemas en las caderas, de las que ha sido operado. Pese a ello, su espíritu wanderino no decae y se las ingenia para seguir alentando en la cancha. Para no dejarlo solo, Paula -junto a su marido- decidió hacerse socia de Pacífico. De esta forma, acompañaría a su padre. Pronto necesitó estar todavía más cerca de él.
“Nos cambiamos para acompañar a mi papá, no puede ser socio de Pacífico, ni de Andes, ni de galería por su condición, no puede subir escaleras grandes, con suerte camina, es lo máximo que puede hacer, anda siempre con bastón. Decidimos ser socio de butacas, junto con mi papá a pesar que nos salía mucho más caro”.
Ahí empezaron los problemas, con su correspondiente butaca reservada, al principio no hubo inconvenientes. “Su butaca siempre ha estado en alto, antes no afectaba, subía la escalera y bien pero al pasar los años ya llega un punto en el que no puede. Cuando pasaba esto, lo ayudábamos a subir y bajar pero llegó un punto en que casi se me cae, en dos oportunidades. Si no lo agarro, se cae”, relata Paula.
Buscando una salida se percató que habían algunos escaños desocupados, donde se sientan las visitas y las autoridades. Siempre estaban vacíos y eran tres asientos, calzaban para Paula, su marido y su papá, quien incluso solía ser premiado por la institución por su fidelidad al club.
“Lo que necesitábamos era un lugar más bajo para que mi papá pudiera levantarse al baño sin peligro las veces que quisiera, sin que se cayera, eso era lo complejo. Todo un año nos sentamos en esos asientos, nadie nos dijo nada, cuando todavía no bajaba de categoría, de hecho gerencia, algunos, estaban al tanto que nos sentábamos ahí”, cuenta Paula.
Pero un día las cosas cambiaron. En un partido una funcionaria del club, a quien Paula identifica como Karina -sería secretaria de la gerencia – llegó a sacarlos. “No ustedes no pueden estar aquí, estos son para otras personas, ustedes ya tienen sus asientos”, fue el mensaje que recibieron.
“Le expliqué a Karina que sí, pero la dificultad de mi papá era subir la escalera, los peldaños son súper altos, además no tienen pasamanos. Muchas veces empezó a sacarnos de ahí, yo le decía, “trae a los dueños y yo me paro”. Si yo pago tres asientos, no cuesta nada, es una cuestión de criterio. Claro, entiendo, soy dueña de tres asientos que tienen numeración distinta y están ubicados en otra parte pero si te pones empático con el adulto mayor, en este caso mi papá, no cuesta nada decir, tengo tres asientos desocupados, siéntese acá abajo”, expone.
Las dificultades siguieron. Se trataba de los asientos reservados al jefe. Llegaban guardias, jefes de seguridad, después otros jefes. Paula acusa prepotencia. “Muchas veces nos trataron de sacar, si me decían sabes viene el dueño del asiento, ok yo me paro, me cambio. Tu entenderás que Nicolás Ibáñez jamás va, si llega a ir, claramente no se va a sentar ahí, se va a sentar en los cubículos cerrados yo creo, ha ido una vez en cuatro años, esa vez que fue, estuvo 15 minutos. Si llegase a ir yo me paro y me voy, hay muchos asientos que están desocupados, no cuesta nada”.
Dos o tres meses atrás, recuerda Paula, pasó algo bien “feo”. “Se acercó Karina a sacarnos, yo trato de ignorarla, se ha portado mal. Ella me ve, está entregando folletos de información y me salta, me subo al ascensor, me ve que estoy en el ascensor y se sale”, cuenta para graficar la situación. “Empezaron a entregar vales para queques y sándwich. Nosotros no estábamos en nuestros asientos, fui a cobrar y ella me dice no, no te voy a entregar porque no estabas en tus asientos. Fui a hablar con Felipe Sepúlveda, un gerente, me los entrega sin ningún problema”.
Poco después, el jefe de seguridad Nelson Hevia se acercó para sacarlos del lugar. Me dijo “si yo estuviese en esas condiciones no vendría al estadio. Como me dice eso, no tienes papá, abuelo que esté en esas condiciones para que se pongan en ese lugar”.
Paula volvió a hablar con Felipe Sepúlveda y Rafael González, actual presidente de Wanderers. Ha habido soluciones pero solo parciales. Cada partido es lo mismo. “Me dieron la posibilidad que mi papá usara uno de los asientos de Nicolás Ibáñez, yo no podía estar cerca. Tengo que estar cerca de mi papá, claro, le daban el asiento pero mi marido y yo tenemos que estar parados o sentados en la escalera de cemento. Por mi papá me da lo mismo pero es injusto, estoy pagando, en este minuto es una cuestión de criterio, yo entiendo que en el papel tengo que usar mi asiento pero somos personas, tenemos que usar el criterio. Más encima la gente que va a ese sector, no paga, son invitados o de la dirigencia, no cuesta nada hacer un cambio”.
En su minuto incluso le dijeron que le podían aplicar derecho de admisión. Su papá se enteró recién esta semana de todo lo que estaba ocurriendo. Se sintió literalmente un “cacho”. “Mi papá toda la vida va querer ir al estadio, el Wanderers es su amor, su primer sueldo fue para hacerse socio, habla toda la semana del Wanderers. Cuando se enteró lo único que hacía era llorar, llorar, llorar. Le dio mucha pena, le leímos lo que mi marido había escrito en facebook, el apoyo de la gente. A él lo premiaron por los 50 años de socio, lo premiaban siempre, tiene sus estrellas guardadas, después que tuvo esa laguna (como socio) no lo premiaron más. Espera todos los años que lo llamen de nuevo”.
Paula cierra su relato con un mensaje. “Todos sabemos que la edad del adulto mayor es compleja, se dificulta todo, es una cuestión solamente de criterio, acá nunca ha habido una solución concreta, sin embargo, siento que tienen todas las herramientas para solucionarlo. Vivimos en una sociedad súper poco empática, en un comentario en Facebook, vimos que a una persona le pasaba lo mismo con su marido en silla de ruedas”, concluye.
Por ahora y aunque parece un tema que se soluciona conversando, la situación continúa tal cual. Al hincha hay que respetarlo, al humano, hay que respetarlo.
Se adjuntan fotografías.
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