Hace ya varios años, los campeonatos de Primera B han perdido atractivo y no precisamente por la calidad del espectáculo, que entre otras cosas hoy cuenta con muchos estadios y canchas de primer nivel a diferencia de la época de los 90 donde el ascenso era conocido derechamente como “los potreros”.
Pero al parecer en nuestro fútbol, quizás como una extensión de nuestra sociedad, nos gusta girar la tuerca en sentido contrario o “atornillar al revés” como dice aquel adagio popular. En este sentido, los formatos de los campeonato no son más que atornillar al revés, ya que muchas veces son ininteligibles para la fanaticada y en otras ocasiones carentes por completo de sentido, por lo poco que hay en disputa.
Sin ir más lejos, el campeonato actual entrega sólo un cupo a primera y no considera descenso a la Segunda Profesional, lo que claramente desincentiva la competencia. Pero esto ya viene siendo cuento repetido, la última vez que se jugó con liguilla de promoción fue en 2012, de ahí en más, torneos enredados, con fases zonales, ascensos escasos, liguillas para determinar al segundo ascendido, incluso un torneo de transición para pasar al calendario europeo que tan poco ha reportado al fútbol nacional.
La pregunta que cabe en esta situación es, a quién se le ocurrió esto y con que propósito, aunque quizás la finalidad está clara y va por la línea de monopolizar el fútbol; los equipos de primera no quieren arriegar un descenso de categoría lo que les significaría perder recursos provenientes de los derechos de imagen, para esto su voto en los consejos de presidentes vale el doble que el de un club de Primera B. ¿Democracia?, ¿Acuerdos? Claro, por qué no, pero siempre en la medida de no afectar a quienes hoy ostentan la posición de privilegio, es decir, a aquellos que juegan en la categoría de “honor” del balompié criollo.
Qué se ha conseguido con todo esto, alejar a la gente del estadio, precarizar las condiciones laborales de jugadores y cuerpos técnicos, desaprovechar gran parte de la infraestructura construida recientemente en nuestro país y sobre todo, tener campeonatos que no le interesan a nadie, ni siquiera a quienes participan. Esta vez los genios de nuestro Chile se han ganado una nueva carita feliz.
Por Cristian Sepúlveda
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