14 años han pasado desde el grave accidente que paralizó las piernas del “Chasca”. Hoy sigue ligado al fútbol, administrando un complejo deportivo en Talca. Reconoce que vivió momentos difíciles pero que el apoyo de su círculo más íntimo le dio fuerzas para levantarse.
El 16 de junio de 1997, en una embarrada cancha del estadio Fiscal de Talca y con estadio repleto, Manuel, el “Chasca” Andrade se inscribía en la historia de Rangers al anotar el 2 a 1 parcial con el que los rojinegros superaban a Everton y se instalaban en primera división. Finalmente, el partido finalizaría 4 a 2 a favor de los talquinos en una jornada memorable para los hinchas piducanos.
“Fue autogol, chocó en (Héctor) Roco pero pasó por la gestión personal, pero sí, fue fortuito, chocó en Roco y Whiteley quedó estático, gracias a Dios se metió adentro. En una cancha que no se podía hacer fútbol había que probar diferentes posibilidades”, recuerda para www.primerabchile.cl, Manuel Andrade.
“Es lo que más tiene grabado la gente talquina en su mente, me dicen te acordai (sic) cuando te tiraste al barro, ese plantel del 97, para mi es gratificante”, agrega, llevando su memoria 20 años atrás en un recuerdo que irá para siempre consigo. Eran los días de gloria de Manuel Andrade…
Reinventándose en la vida…
Llegamos hasta el complejo Mundo Deportivo, la segunda casa de Manuel Andrade. Ubicado en la 11 oriente, 12 sur en la población Cristi Gallo de la capital regional del Maule, el recinto deportivo se convirtió en la nueva fuente laboral de un futbolista lleno de condiciones, que llegó a jugar en selecciones menores, compartió con la recordada sub 17 de 1993 y también estuvo en giras internacionales con la sub 20. El destino, sin embargo, le colocaría una valla que solo superan los gigantes.
Son cerca de las 3:20 de la tarde del 19 de julio, diez minutos antes de la cita previamente concertada con el “Chasca”. No está en el complejo, nos informan. “Anda comprando”, nos advierte uno de sus colegas.
Trascurridos un par de minutos, divisamos la silueta del otrora futbolista. Luce distinto a la época en que regalaba alegrías a los talquinos defendiendo la rojinegra. Ahora, a puro pulso se las ingenia para movilizarse en su inesperada pero fiel compañera: la silla de ruedas.
“Hay que hacerle frente a la vida, no hay que evitar los problemas y saber salir delante de una u otra forma. Creo que tengo las capacidades para hacerlo, por eso estoy luchando”, afirma, en una clara declaración de principios.
El diálogo fluye rápidamente. Manuel está de buen ánimo, se nota alegre. Es evidente que aunque sus piernas ya no le acompañan como antaño, su espalda es más ancha – a prueba de mazazos – y su fortaleza mental ha alcanzado límites tal vez insospechados. Así pudo reinventarse.
“Hoy me encuentro administrando un complejo deportivo, canchas de futbolito. Llevo un año y medio, estuve antes en el Talca National, dos años. Es difícil, no estudié para esto pero tengo la fortuna de haber jugado al fútbol que te da muchas cosas lindas, conocer gente, tratar con mucha personas”, relata Andrade.
Derechamente tuvo que aprender un nuevo oficio. En algún momento, el abatimiento se apoderó de Manuel. El apoyo de su esposa e hijos fue la motivación para seguir adelante en el viaje de la vida.
“La nostalgia está” – reconoce – “hay días que no quieres hacer nada, dan ganas de tirar la esponja, en buen chileno de mandar todo a la mierda pero tengo un respaldo atrás, a mi esposa, a mis hijos, a mi padre, a mi madre, siempre han estado apoyándome”.
Respaldo que fue fundamental para sobrellevar un diagnóstico lapidario…
“Me cercené la médula espinal”
Manuel Andrade dejó el fútbol prematuramente. Nunca fue disciplinado – él mismo lo reconoce – y ya a los 27 años estaba afuera de la actividad. Sin opciones de encontrar club y con cuatro hijos, debió buscar trabajo en una empresa de alimentos para vacuno. Corría el año 2003. Fue ahí cuando sobrevino un grave accidente.
“En un turno de noche, llegamos a trabajar y no teníamos la maquinaria disponible, nos mandaron a otra área, una cuadrilla de seis personas. No tuvimos la capacidad para decir que no sabíamos hacer la pega”, reflexiona. Luego continúa su relato:
“Había una máquina y para sacar el alimento que necesitábamos y embolsarlo en unas sacas grandes de mil 500 kilos, había que moverla. Se colocaron dos compañeros por los lados, por dármelas de fortachón y deportista me ubiqué atrás para empujarla y cuando lo hice, moví un poco la máquina de atrás y de arriba cedió un tubo de 1.500 kilos. Me cayó en la cabeza, golpeó el casco y la espalda (…) el rebote venía de vuelta, por tratar de girar y salir para que no me aplastara, giré pero las piernas quedaron. Alcancé a esquivar pero el tronco como que se me (hace un sonido con la boca que asemeja a la quebrazón de algo)…Sentí un sonido como si se hubiese quebrado una tabla, dije, cagué, mis piernas cagaron”.
Su pronóstico había sido correcto. Paraplejia a nivel T11-T12. Nunca más volvería a caminar. “Me cercené además la médula espinal, mi herramienta de trabajo, mis piernas, ya no contaba con ellas. El doctor te dice directamente que vas a estar de por vida en una silla de ruedas. Rabia, pena, un montón de sentimientos que no tienen descripción, pensar cosas, quitarme la vida,” revela.
Una paternidad distinta
Apoyado por su esposa – “Macarena, la misma de siempre pese a que muchos no lo crean”- y cuatro hijos, Valentina, Gisel, Romario y Javiera, el “Chasca” puso el pecho a las balas, fue de frente y salió jugando, como en su mejor época de futbolista. Incluso aprendió a ser padre de un modo diferente.
“El Romario estaba chiquitito en el Talca National. Fue quizás coartarme un poco de mi sueño, criar a mi hijo, que corriera a mi lado, sin dejar de lado obviamente a las niñitas. Entre padre e hijo hay un lazo más fuerte, es tu partner, parte de tu cuerpo y tu corazón. Me perdí eso, enseñarle algunas cositas, como pegarle a la pelota, compartir con él, pero bueno, es muy sano, muy buena persona, por ahí pasa el tema, criar a los hijos para que sean así, sanos, buenas personas, gente de bien”.
A lo lejos en una de las canchas del complejo, precisamente Romario juega con un balón, quizás ignorando que su padre habla de él y de sus hermanas. Nuestra conversación prosigue, nos revela cual fue el mejor equipo en el que jugó, los mejores futbolistas con los que compitió, el técnico que lo marcó, los amigos que le regaló el fútbol y un sinfín de anécdotas que dan para otra historia…pronto… Es que los días de gloria de Manuel Andrade no han terminado, tal vez solo acaban de comenzar…