Doce años, una infinidad de frustraciones y un estadio que parecía maldito. Universidad de Chile finalmente rompió el hechizo y, en una noche cargada de dramatismo y redención, derrotó a su archirrival Colo-Colo por 2-1, escribiendo una de las páginas más esperadas y celebradas de su historia reciente.
El aire del 12 de julio de 2025 en Ñuñoa era distinto. No era una noche más de fútbol; era una cita con el destino. Más de 45,000 almas se congregaron en el Estadio Nacional, un coloso que había sido testigo de más tristezas que alegrías para el hincha azul en los últimos años cuando el rival era el de siempre. La marea de camisetas azules y rojas creaba un mosaico de esperanza y nerviosismo, una atmósfera eléctrica que solo el Superclásico del fútbol chileno puede conjurar. En juego no solo estaban tres puntos, sino el orgullo, la historia y la oportunidad de sepultar de una vez por todas un fantasma que había atormentado al club por 4,451 días: la dolorosa incapacidad de vencer a Colo-Colo en casa desde aquel lejano 5 de mayo de 2013.
Desde el primer minuto, el partido fue una batalla táctica y emocional. La “U”, dirigida desde el banquillo con inteligencia, sabía que la carga psicológica era inmensa. Cada pase, cada disputa de balón, se sentía como un evento trascendental. Colo-Colo, por su parte, llegaba con la confianza que le otorgaba una hegemonía apabullante en territorio rival, dispuesto a extender una racha que era una herida abierta para su adversario.
El primer tiempo transcurrió con la tensión como protagonista principal. Ambos equipos se medían con respeto y cautela, conscientes de que un error podría costar demasiado caro. Pero el fútbol, caprichoso y dramático, tenía un guion preparado que nadie anticipaba. Fue al minuto 32 cuando la historia comenzó a inclinarse. Tras una jugada enredada en el área alba, el árbitro, asistido por el VAR, decretó un penal a favor de Universidad de Chile. El silencio se apoderó de una mitad del estadio, mientras la otra contenía la respiración. El encargado de ejecutar no era otro que Charles Aránguiz, el “Príncipe”, el hijo pródigo que regresó para vivir noches como esta. Con una frialdad que helaba la sangre, el experimentado mediocampista tomó el balón y lo clavó en el ángulo superior. Un golazo. 1-0 para la “U” y el Nacional estallaba en un grito de desahogo contenido por más de una década.
Sin embargo, la alegría fue efímera. La esencia de un clásico radica en su imprevisibilidad y su capacidad para golpear cuando menos se espera. Apenas seis minutos después, una polémica falta en el área azul le dio a Colo-Colo la misma oportunidad desde los once metros. Claudio Aquino, con igual compostura, tomó la responsabilidad y no falló, nivelando el marcador 1-1. El gol silenció la celebración local y devolvió la incertidumbre al ambiente, intensificando el drama a niveles insospechados. El entretiempo llegó como una tregua necesaria en medio de una guerra de emociones.
La segunda mitad prometía ser aún más intensa. Y no decepcionó. Universidad de Chile salió al campo con una determinación renovada, como si en el vestuario hubiesen decidido colectivamente que esta vez, la historia no se les escaparía de las manos. La presión azul dio sus frutos al minuto 52. Una incursión de Fabián Hormazábal terminó con una zancadilla de Sebastián Vegas dentro del área. Nuevamente, el VAR fue protagonista y, tras la revisión, se sancionó el segundo penal para los locales.
Una vez más, Charles Aránguiz se paró frente al balón. El peso de doce años de frustraciones parecía recaer sobre sus hombros. Pero el “Príncipe” demostró por qué es una leyenda. Con una calma pasmosa, eligió la potencia y la colocación central, engañando al portero y desatando la euforia total en el Nacional. El 2-1 no solo ponía a su equipo en ventaja, sino que lo consagraba como el héroe indiscutido de una noche épica.
Los minutos restantes fueron un ejercicio de resistencia y coraje para la “U” y de desesperación para Colo-Colo. Los albos buscaron el empate con todas sus armas, pero se toparon con una defensa férrea y un equipo que, por primera vez en mucho tiempo en un clásico de local, jugó con la convicción de un ganador. El pitazo final del árbitro no fue solo el final del partido; fue el sonido de la liberación. Lágrimas, abrazos, gritos de júbilo y un sentimiento colectivo de redención inundaron las gradas y se extendieron por todo el país a través de las redes sociales. La maldición estaba rota.
Esta victoria va más allá de un simple resultado. Es el fin de lo que muchos, incluido el exentrenador Frank Darío Kudelka, bautizaron como un “miedo institucional”. Una barrera psicológica que parecía insuperable y que se remontaba incluso más atrás, a una racha de 22 años sin ganar en el Estadio Monumental, rota apenas en 2024. Este triunfo en casa era la pieza que faltaba para completar el exorcismo.
Tras el partido, Michael Clark, presidente de Azul Azul, no podía ocultar su emoción. “No hay nada más lindo que ganar un clásico”, declaró a los medios, con la voz entrecortada por la alegría. “Terminamos la primera rueda a un solo punto del líder. Esto demuestra la resiliencia de los jugadores y la importancia de acabar con estas rachas dolorosas”. Clark también prometió que el club seguirá trabajando con profesionalismo para que los errores del pasado no se repitan, sentando las bases de una nueva era de excelencia sostenida.
Pero las declaraciones más resonantes del presidente apuntaron al futuro, encendiendo la ilusión de los hinchas. Al ser consultado sobre el posible regreso del icónico delantero Eduardo Vargas, Clark fue claro: “Jugadores como Eduardo siempre tendrán las puertas abiertas”. Este comentario no es casual. Vargas, de 35 años y actualmente agente libre tras su paso por el fútbol brasileño, se encuentra en Chile. Las conversaciones, supervisadas por el director deportivo Manuel Mayo, están en marcha.
Un eventual retorno de “Turboman”, héroe de la Copa Sudamericana 2011, sería un golpe de efecto monumental. No solo por el valor nostálgico, sino por el impacto deportivo. Un jugador de su calibre podría cambiar drásticamente las predicciones de futbol para la segunda mitad de la temporada, consolidando a la “U” como un firme candidato al título y a competencias internacionales. Su legado, forjado con 29 goles en 51 partidos en su etapa dorada, lo convierte en una figura cuyo regreso sería estratégico y emocionalmente poderoso.
Con esta victoria histórica, Universidad de Chile no solo se llena de confianza para lo que resta de la temporada, sino que también se prepara para su próximo desafío inmediato: el enfrentamiento contra Guaraní por los playoffs de la Copa Sudamericana el jueves 17 de julio, nuevamente en un Estadio Nacional que ahora se sentirá como una verdadera fortaleza.
El Superclásico 197 no será recordado solo por el resultado. Será recordado como la noche en que la “U” se reconcilió con su historia, en que Charles Aránguiz se vistió de rey en su propio palacio y en que la narrativa del miedo fue reemplazada por un relato de esperanza, orgullo y ambición desmedida. El fantasma ha sido desterrado. Ahora, con la mirada puesta en la gloria continental y el sueño latente del regreso del hijo pródigo, el cielo para los azules vuelve a ser, por fin, completamente azul.




























