Talca llora. Por novena vez en su historia, Rangers descendió a la Primera B. Pero a diferencia de anteriores oportunidades, en esta ocasión, el fracaso de la centenaria institución traspasa los límites de lo meramente futbolístico.
Que duda cabe: el plantel no tenía la jerarquía y el nivel para competir en el fútbol grande de Chile. Tampoco contó con un cuerpo técnico capacitado para llevar a buen puerto al elenco maulino. Fernando Gamboa dio muestras, en innumerables situaciones, de incapacidad e inexperiencia para manejar a un grupo que estuvo desde el inicio mal conformado. La llegada de Jorge Garcés, además de tardía, fue simplemente un manotazo de ahogado. Alcanzó para una leve mejoría, pero en el fútbol no existen los milagros, sí el trabajo serio y responsable.
Pero quedarse en ese análisis sería superficial. El nuevo revés de Rangers dicho está, trasciende el aspecto netamente deportivo y abarca lo institucional. Es la caída de un modelo que deja de lado la esencia de la actividad: el fútbol tiene un componente social ineludible e incuestionable.
Ricardo Pini – controlador de Rojinegro SADP y por ende de Rangers de Talca – transformó a la institución en un mero puente para triangulaciones, que si bien, desde el punto de vista legal en nuestro país no son constitutivas de delito, si son al menos cuestionables desde una óptica ética. Para manejar un club de fútbol, no basta con tener balances azules y generar ganancias. Hay que comprender el alma, el ethos, la esencia, dígale como quiera, de lo que significa ser hincha de un determinado escudo, emblema o camiseta.
Ya sea por miopía, tozudez, ignorancia, o simplemente desidia, Pini y compañía jamás consideraron este factor. La entrega completa de la galería a la visita en el duelo frente a O’Higgins, situación que se repitió frente a Universidad Católica, es prueba de la indiferencia total con la que se manejó el directivo argentino. Tampoco hubo minuto de silencio para homenajear a funcionarios de la institución que prácticamente entregaron su vida a Rangers. “Ramirito”, utilero de las cadetes por muchos años, murió en un hogar de Talca, pero su partida fue ignorada por los propietarios. La lista suma y sigue.
Identidad es un concepto hoy de moda en la capital del Maule. Identidad que se extravió derechamente cuando Rangers pasó a ser manejado como una empresa más, con un desprecio absoluto a su historia y tradiciones. En las vitrinas piducanas escasean los títulos. Por el contrario, el valor más grande que tiene el club es un intangible que llena de orgullo a quien viste la rojinegra: Rangers es uno de los clubes más antiguos del fútbol chileno, es gigante no por sus copas, sino porque a través de su historia se cristaliza también el devenir de Talca y de sus hijos: ya lo dice el himno, “socio es mi padre y fue mi abuelo”.
Ocho mil almas presenciaron el sábado pasado una nueva caída al abismo. Ocho mil personas que pese al desprecio del que fueron víctimas, nuevamente acompañaron al viejo y querido Rangers. A la familia y a los amigos, no se les abandona y Talca ratificó como en tantas ocasiones, que su corazón es rojinegro. Es que la historia de la ciudad y la de Rangers van de la mano, disociarlas, como pretendió la presente administración es prácticamente anti-natura. He ahí el mayor fracaso de Ricardo Pini y por lo mismo su permanencia a la cabeza del club es inaceptable. De esta tarea, ningún talquino puede restarse.