Situado en pleno desierto, en el norte del país y a casi 2 mil 500 metros de altitud, el campamento minero de El Salvador, es un sitio apacible, quizás para muchos de escaso interés y para no pocos, totalmente desconocido.
Sin embargo, en sus solitarias y tranquilas calles se forja un pilar importante de la estructura económica nacional: los mineros, dedicados a la extracción del sueldo de Chile -El Cobre- dan vida a un lugar que más allá de su serenidad, mantiene viva la tradición de esfuerzo tan propia de los trabajadores que se internan en la mina para con su sudor, extraer el preciado metal.
La fortaleza de estos hombres -no quiero sonar machista- la minería es ejercida principalmente por hombres, tuvo su correlato en los 11 leones que escribieron el sábado recién pasado, otra gloriosa página de la historia de Cobresal, recordando a todo Chile, que siguen, como ellos dicen, insoportablemente vivos.
Las lágrimas de emoción que aprecié en Franco Lira, connotado hincha albinaranja, reportero gráfico y estudiante de periodismo, me llevaron a entender un poco más de la historia de este pequeño gigante del norte chileno. Por algo resiste, por algo es una de las tres corporaciones deportivas que aún vive en el fútbol chileno; por algo derribó en su casa a Cobreloa, uno de los grandes del fútbol chileno.
Podrán ser pocos -personalmente no creo que sean tan pocos, están disgregados por las características propias de un club que tiene su centro de operaciones en un campamento que ve regularmente, disminuida su población- pero lo cierto es que constituyen un núcleo férreo, fiel y con solo una aspiración, muy distinta a la de la mayoría de los propietarios de las SADP que se adueñaron del fútbol. Ellos quieren ver ganar a su equipo en cancha, los balances financieros están en un segundo plano.
Esa misma noche, en medio de los festejos de un pequeño pero apasionado grupo que llegó hasta Calama y que fue testigo- también protagonista – de una nueva gesta albinaranja, radiante de felicidad, me lo explicó Franco Lira.
“Tener una corporación deportiva que se la juegue porque el equipo pueda volver a primera división es algo estupendo. Preferimos mil veces tener a un club con 600 personas, con una corporación que tu sabes que va a luchar para conseguir logros. En una sociedad anónima, las lucas que entran, te pasan un 50% para armar el plantel y si se logra o no, da lo mismo porque igual ganaste. Eso en Cobresal no se ve, por eso uno está tan identificado”, contó.
Entendí un poco más de lo que significa Cobresal. Esto no es una cuestión de número, da lo mismo si son cien, mil, o 10 mil. Importa el foco, el objetivo, también la unión; pero por sobretodo, la humildad, la sencillez y la ilusión de creer que los imposibles no existen.
“Para conseguir cosas grandes, la humildad es lo fundamental, mirar en menos al rival no te sirve de nada. Con Wanderers, perdimos 2 a 0 allá y la gente sorteando entradas para el partido con Cobreloa, entonces dices, donde está la humildad. En El Salvador lo dimos vuelta mostrando la humildad que tiene este club”, apuntó Lira, en un momento de nuestro diálogo. Lección de vida, sin duda.
“El hincha es el que le da el sentido al club. Que nosotros tengamos hasta hoy la posibilidad de elegir a nuestros dirigentes es importante, que nos escuchen. El club se debe a los hinchas. Cobresal es una utopía, quién mantiene a un club con 300 personas”, destacó.
Las hermanas Zambra festejaban, se acordaban del día del descenso en Valparaíso. Incluso guardaban las fotos de aquella, para ellas, trágica jornada.
Estuvieron presentes en el Zorros del Desierto…Las imágenes contrastan y son elocuentes…
Recordé de paso, a Raben Lamperein, un hincha de Cobresal a quien encontré, hace un año y medio atrás, solo en el terminal de Valparaíso, apesadumbrado por el descenso. “Triste, estábamos todos cabizbajos en el estadio. En las buenas y en las malas, nuevos viajes en mis rutas, Puerto Montt, Valdivia, a seguir alentando a Cobresal”, expresó sin que le temblara la voz, pese a la profunda pena que significaba ver caer a su querido Cobresal.
Supe que llegó a Calama, como no, si son una familia. “Alegría, me puse a llorar al ver subir de nuevo a Cobresal. Los humildes no nos ponemos soberbios, eso es lo que les pasa a los grandes, miran por debajo a los chicos”, me dijo Raben.
Hoy celebra, como todo aquel que lleva la albinaranja en la piel; la utopía puede ser realidad…
La historia que realmente importa, es la que escribes tu
Por Pablo Sepúlveda; un afortunado antiperiodista
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