Por Juan Carlos Vargas
RIGO, EL “MÁQUINA” CEA, EL HINCHA MÁS FIEL
En este proceso de investigación para recabar información sobre la historia del club, me he encontrado con diversas situaciones, tanto cotidianas como emocionales; he conversado con mucha gente, entre ellos grandes amigos de profesión que me guiaron o me acompañaron en mi camino deportivo pero, sin duda, ésta es la historia más bonita que me tocó conocer.
A mi juicio, el capital más grande que tiene un equipo de fútbol no es el dinero, sino sus hinchas, esos que alientan, apoyan y dan identidad a un club deportivo, los que confieren la parte emocional tan necesaria para crear una mística especial, los que con sus llantos van alfombrando los triunfos o amortizando las derrotas. Esta es la historia de uno de aquellos, que merece ser rescatada para todas las generaciones y que refleja un amor puro, intransable, por una institución.
Nos sentamos a conversar en un montículo de cemento que está en la calle Diego Portales con Ismael Valdés, su barrio de siempre, así me lo pidió y de inmediato me di cuenta que estaba en su hábitat natural desde pequeño, ese mundo que comprendía las fronteras de las poblaciones Lautaro y Aníbal Pinto, aunque me asegura que sus “dominios” alcanzan hasta la Gabriela Mistral. Allí se movió desde niño, desde el 22 de junio de 1974 cuando nació, en una infancia llena de carencias donde recuerda con amor el brasero que su madre, Marta, armaba con un lavatorio viejo y donde instalaba una tetera y la mitad de un pan que compartía con él, su hijo mayor; o las veces que tuvo que salir a pedir comida por el barrio porque la economía familiar estaba en crisis debido a la ausencia paternal que nunca se hizo cargo de la familia; o también el apoyo que le brindó a su madre cuando ésta recogía fruta o quebraba cañas, siendo apenas un mocoso: “Siempre ayudé a mi mamá a juntar más plata, ella iba al campo a trabajar quebrando maíz, en el arroz o el trigo y le pagaban 500 pesos. Yo siendo muy chico le iba a ayudar y juntábamos unos 700 pesos más para llevar a la casa”.
Tiene dos hermanos menores que ahora hicieron su vida gracias a su esfuerzo de niño, su hermana está en Viña del Mar con su familia y su hermano vive acá en Santa Cruz, donde se dedica al oficio de “enfierrador”. Rigo también se desarrolló y ahora disfruta de un buen pasar gracias a su trabajo en terminaciones de yeso y pintura. Su pasión por el fútbol no nace de ningún referente, solo por su amor a los deportes que sigue siempre por TV, pero su pasión de barrista nace desde pequeño y solo por el gusto de ir al estadio: “Teníamos 8 o 9 años y con un grupo de amigos nos colábamos al estadio para ver los partidos del Unión; no teníamos dinero y lo hacíamos por el canal que separa la escuela Luis Oyarzún de los camarines, ahí nos sacábamos la ropa y, después de cruzar, saltábamos la reja hacia las galerías”.
En esos años descubrió su alma de hincha al observar a la barra “Víctor Orias”: “Me sentaba cerca de ellos y siempre los miraba hasta que un día me invitaron a formar parte”. El primer partido en la barra fue inolvidable y de ahí en adelante su vida no volvió a ser la misma: “La semana siguiente estaba el bus de la barra frente al restaurante ‘Mil Amores’, que era de donde salía, y Luis Orias me preguntó si iba a viajar a ver el partido con Audax en Santiago. Como no tenía dinero, ‘Luchito’ me pagó el pasaje y cuando subí al bus emocionado, todos estaban llorando por ver la pasión de este niño de 12 años, además era la primera vez que salía de Santa Cruz”.
“El año 93, cuando vino Colo Colo a Santa Cruz por la Copa Chile, nadie se atrevía a ir a buscar el bombo por miedo a la Garra Blanca, pero yo fui no más, total eran hinchas como nosotros y me puse a cantar y a tocar el bombo con el ‘Polla’ y el ‘Yuri’, los tres sin ningún miedo”. La barra se disolvió el año 97 con el descenso del Unión a tercera división y entre muchos motivos estaba la muerte de don Víctor, su fundador.
Quiso ser futbolista profesional y siendo muy pequeño fue a probar suerte en las inferiores del Unión en la primera temporada del club en la segunda división (1983-1987), era delantero y jugaba por los dos frentes de ataque; llamó la atención de los técnicos y alcanzó a estar 3 meses en el equipo infantil hasta que conoció uno de los peores flagelos que puede azotar la vida de un hombre, la droga. Fueron 26 años de lucha constante donde el apoyo de su madre y el amor por su hija lograron sacarlo de la oscuridad y emerger como un hombre nuevo, distinto, trabajador y responsable.
Nunca descuidó su rol de padre, a pesar de no seguir con la relación de pareja, pero sus vicios le impidieron terminar los estudios y lo mantuvieron siempre alejado emocionalmente de los suyos. Ahora son más de 10 años que vive y se desvive por su madre, por su hija, que está a punto de egresar de la universidad en la carrera de estética profesional, por su nieto Tomás y su querido Unión Santa Cruz.
Por la misma causa no pudo seguir con su segunda gran pasión, el boxeo, a pesar de haber logrado ser vicecampeón de Chile el año 2000 por la Asociación de Boxeo de San Bernando: “Era muy bueno y perdí el Campeonato Nacional con el campeón chileno. La primera vez que llegué a San Fernando me vieron muchas condiciones, me hicieron un contrato y me quisieron tirar para arriba, pero la droga me mató el sueño. Yo le converso a toda la gente sobre mi recuperación porque los jóvenes no saben dónde se están metiendo, algunos me escuchan y otros no, yo pasé por eso y ahora estoy en otra etapa de mi vida, la de estar siempre presente para mi hija y mi nieto”.
Hoy está preparando a un muchacho de 14 años en el pugilismo: “Tiene muchas condiciones y trabajamos todos los días en la sede de la población Don Horacio, quiero hacerlo debutar y, a la vez, retirarme del ring, ojalá trayendo al campeón de Chile para mi última pelea”. Ahora no pertenece a ninguna barra pero su pasión es tan grande que viaja a todos los partidos que juega Santa Cruz, costeándose todos los gastos de forma independiente; esté donde esté se las ingenia para llegar a alentar a su amado club o apoyarlo en lo que sea: “Antes de subir a segunda división me hice socio y pagué los 12 meses de inmediato; antes me faltaban los recursos pero ahora puedo hacerlo y lo hago por mi Santa Cruz, mi ciudad de nacimiento, donde tengo a mi hija, mi nieto y toda mi familia”.
Para el debut del equipo en su vuelta al profesionalismo en Linares, estaba trabajando en Chiloé y no dudó en estar en la séptima región, a pesar que era un día miércoles, apoyando al Unión: “Antes, con la barra, igual íbamos a todas, claro que los dineros los juntábamos a costa de beneficios que inventábamos, como cocimientos y completadas que nos iban ayudando a reunir fondos para viajar. Cuando fuimos a Arica hicimos tantos beneficios que llegamos al Carlos Dittborn pagando de nuestro bolsillo solo 300 pesos”.
El recuerdo que atesora con más emoción es el ascenso en Laja el año 91; eran años duros por la pobreza y la estrechez económica donde, incluso, se llegaba a sacrificar el presupuesto semanal para estar al lado del equipo: “Mi mamá me notó triste aquella vez y me preguntó qué me pasaba, la respuesta era conocida para ella, ‘no tengo plata para ir a Laja con el equipo’. Una vez más no me alcanzaba para pagar los 3.500 pesos que costaba el pasaje. Sin dudarlo me dio todo lo que tenía para la semana, 750 pesos, y me dijo que viajara sin preocuparme, que ya veríamos qué hacer para sobrevivir una semana más en la casa. Siempre comprendió mi profunda pasión. Con el dinero en la mano pero sin esperanzas de conseguir lo que me faltaba, me fui a la calle Cancino y me senté afuera de una discoteca a mirar cómo se iban los buses al sur y a llorar mi desgracia; con cada bus que partía, menos posibilidades tenía de viajar y más se ahondaba mi dolor. Cuando el último bus iba partiendo, el ‘Bototo’ se da cuenta que estoy ahí y me pregunta si iba a ir, le expliqué mi drama y no me dejó terminar, me dijo que le diera lo que tenía y que subiera no más. Así que secándome las lágrimas tomé una banca pequeña y me senté en el pasillo, sin preocuparme siquiera de no llevar ropa ni comida, menos más dinero, me fui así como andaba. Ya en el Salto del Laja me di vueltas esperando la salida al estadio y al llegar, y sin pensarlo dos veces, salté la reja y me colé sin entrada logrando que muchos imitaran mi gesto, así que fueron muy pocos los que pagaron en aquella final. Con el triunfo estábamos todos felices y cantamos a todo sol, sin polera, sin hambre y sin sed. Y volvimos a Santa Cruz campeones, sin haber comido nada en todo el día, todo por el Unión”. Me cuenta con los ojos bañados en lágrimas aún hoy día.
Para el proceso de venta de acciones, Rigo estaba en Chiloé trabajando y al enterarse por una publicación en redes sociales de Fabián Mondaca, ex jugador de Santa Cruz, decide viajar de inmediato para apoyar a la institución: “Dejé la pega botada. Le dije a mi jefe que me venía, hacía un trámite y volvía al sur, no esperé su respuesta y viajé toda la noche para llegar a eso de las 9 de la mañana al centro de la ciudad. Nadie sabía nada sobre el lugar de venta así que preguntando me encontré con el popular ‘Zeta’, quien andaba en las mismas. Fuimos juntos a comprar y el ‘Zeta’ compró las primeras 2 acciones del club, siendo yo el segundo comprando 50”. De ahí se dedicó a promover entre sus amigos las acciones para lograr más apoyo y poder reunir el dinero necesario para participar en el fútbol profesional: “Éramos 4 accionistas solamente al principio y habíamos reunido 2 millones y medio, así que me fui a Santiago a ver a mi compadre ‘Carmona’ (Manuel Rojas Muñoz) para que apoyara también la campaña de venta; no me podía fallar porque años atrás hasta nos pelamos al cero en un triunfo del Unión y se puso con 200 acciones más, hasta que llegó Ogalde menos mal, ya que ningún empresario se puso y completamos los millones de la inscripción”. Nunca pensó en el negocio, siempre lo hizo por ayudar a la institución.
Esta es la historia de el “Máquina”, un hombre humilde y apasionado que ama a su familia y sueña con que su nieto “Tomasito” sea futbolista (Es zurdo y tiene 3 añitos recién”), que recuerda con cariño a sus amigos del fútbol, el “Catoña” Fernández, el “Pitufo” Gormaz, Carlos Saavedra, el “Huachipato” González, el “Lolo” Benítez y Julián Zambra, de quien tiene en la retina un golazo de tiro libre desde la mitad de la cancha a Magallanes, cuando faltaban 2 minutos para el fin del partido en una tarde de lluvia y con la cancha llena de agua. Su apodo nace del boxeo, en su segunda pelea en el Estadio México, cuando le toca enfrentar al “Duro”, un púgil fornido, gigante, monstruoso; cuando le pregunta al profesor si está seguro que su oponente es de su peso, éste le contesta “sí, pero voh no te preocupís, voh pónele no más, voh soy weno, soy máquina y así te van a anunciar”. De ahí que se oye por los parlantes la voz del presentador oficial diciendo “con ustedes, representando a San Fernando, Rigobertoooooo el Máquinaaaaaaa Ceaaaaaa.
El locutor de San Fernando escuchó esta presentación y desde ese momento nació el apodo; un primo que lo acompañó y un par de amigos en las gradas comenzaron a corear “¡Máquina! ¡Máquina! ¡Máquina!”, y así todos se enteraron de su apelativo: “Cuando íbamos en el bus les prometí que lo iba a sacar en el segundo round; no pude cumplir la promesa porque lo saqué en el tercero”. Qué duda cabe si él es el “Máquina” Cea.
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